Cuarenta y ocho.
De aquí al cincuenta y cuatro se me irán como siete ciclos solares neptunianos. Bonus por la impaciencia viernesina, pero nunca más, por lo menos son menos ciclos que la vez pasada. Si se confía en la suerte y el nivel de mal humor del funcionario encargado (le apuesto todas mis fichas a la suerte) tal vez pasamos la unidad de medida a ciclos solares de Mercurio. Pero no queda de otra, bienvenidos al infierno.
¿Cuarenta y nueve? No, cuarenta y ocho aún. Por suerte a esta hora no hay señoras que lloran ni chiquitos que las calman con confites y promesas y las parejas molestas deciden trasladar su amor de exhibición a lugares más apropiados que a una fila de a sentado. El techo es aburrido, el piso es aburrido y hasta el aburrimiento mismo se vuelve aún más aburrido. El aura de cansancio de oficinistas frustrados se vuelve más toxico que el dióxido de carbono concentrado.
¿Cuarenta y nueve? Ni se moleste en preguntar porque ya sabe la respuesta. También sabe que le faltará un requisito aunque ya se fijó treinta y dos veces. La vez pasada fue el recibo de luz, ésta puede ser la vigésima copia de la cédula y la próxima le dirán que no fotocopió las huellas digitales de su perro. Las direcciones a la tica se manejan de modo oficial y no se puede hacer un intento de primermundificar su domicilio porque igual quieren que le digan a cuántos metros queda su casa del palo de mango, política de conozca al cliente le llaman. Hola me llamo Sofía, no me gusta el amarillo, vengo sólo porque la universidad me lo exige y para llegar a mi casa siga al bus, doble a mano derecha y luego salude a los tres perros. Y sí, escribí diecinueve bien, el uno adelante del nueve no es un dedazo y mami no me dejó perdida en el mall. Ya me aprendí que son doscientos cincuenta metros, hoy sí voy a llenar el formulario bien para que no me demanden.
¿Cincuenta? Menos dos. Los audífonos rosados no me combinan con la camisa turquesa y creo que al amargado de al lado le molestan mis melodiosos tarareos. Seguro él tararea con la Filarmónica de Costa Rica y me considera notablemente inferior, seguro tiene su doctorado en música de la más prestigiosa universidad de Bora Bora, o muy posiblemente su número es el cincuenta y ocho. Pero no me queda de otra, después del "CHIQUITA, por favorsh ayúeme con el teléjono. Y no se pueen usar audíjonos en el banco." no tengo más remedio que llenar el incómodo ambiente de melodías. Yes, my love, oh we, are magicians you and I. And soon *mi 7* we'll see *la 7*, the cloud *re 7* shapes in our eyes *sol* are blind... Ay no, definitivamente no es lo mismo, más porque esa no es la canción que estaba escuchando hace cuarenta segundos si no que es la de siempre.
¿Será que la pantalla está mala y ya van por el setenta y dos pero aún dice cuarenta y ocho? No creo, habría sonado el bip en re menor y al menos uno de los clientes se habría retirado. La de la caja uno aún disimula el tedio y la de la caja cuatro está contando los segundos para que sean las ocho para aprovechar el viernes. Está demasiado maquillada y la sombra azul safiro de los ojos es del mismo tono que la camisa, mal, mal, mal. Las sombras de sus ojos podrían iluminar la habitación entera, supongo que la gente de ojos cafés necesita diferenciarse de alguna manera (déjenme ser pedante con eso, soy miope entonces tengo derecho a presumir mis ojos no-cafés).
¿Será que...? No, las posibilidades bonitas no existen con las instituciones financieras. Ya ni me molesto en agregar detalles de su hipotética eficiencia en mis utopías, hasta en mundos idealizados hallarían cómo ser tediosas e ineficientes. Sólo le ruego a las deidades en las que no creo que no me obliguen a volver, el infierno tiene mosaicos genéricos, dos ventanillas de servicio abiertas y se disfraza de banco estatal. Me conseguiré un colchón con candado y combinación y le pediré a la universidad que me pague en efectivo pero, lo imploro, no me hagan volver. Yo no pertenezco al mundo de los adultos, por favor por favor no me hagan volver. Temo que la próxima vez el guarda me diga que no puedo ni leer, ni tararear, ni ver de manera sospechosa al techo en las instalaciones del banco y que me prepare para aumentar la demencia y tener pequeños intervalos de sanidad.
*bip* Cuarenta y nueve.
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