Tenía una idea bonita pero el cambio entre el verano taneco (o matutino quizá) y el invierno de San Pedro post una de la tarde me desconcentró horrible (por no decir, detesto los rayos, me dan pánico, son lo peor que pudo haber creado el universo.) Tenía ideas en la cabeza, esas cosas que surgen luego de ver las ventanas de los buses y apreciar paisajes medio repetitivos que uno no tiene la costumbre de admirar.
Las rutinas con intervalos tienen sus ventajas y el oeste de San José también. Una vez que uno se acostumbra a la horrible preocupación de perder el único bus que pasa a una hora muy precisa, a levantarse dos horas antes para ni siquiera pasar una allá y para gastar aproximadamente dos horas de existencia en viajes, el turismo obligatorio de cada ciclo lunar no termina siendo tan malo. Incluso podría decir que, a pesar de la cantidad imbancable de somnífero de bus, me agradan las visitas mensuales al fondo del universo (sí, lo sé, soy demasiado persona del este. pero hey, 2 buses de ida, 3 de vuelta... ¡nadie puede convencerme de que es cerca luego de eso!).
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Atardecer hermoso + helado = <3
100% recomendado |
En fin, no sé que tiene ese lugar que logra invalidar todo el párrafo anterior. No sé que hacen sus buses azules o Golden Dragon para encontrar desconocidos interesantes con nombre irrelevante
(teoría del nombre irrelevante: entre más tarde se pregunte el nombre del interlocutor en la conversación, más interesante resulta la misma) y que, con suerte, encontraré el próximo mes. No sé que hace ese calor insoportable para que yo lo tolere, esas calles brasileñas para que las vacas se generen espontáneamente en las mismas o que un conjunto de universitarios juguemos la anda como si fuésemos chiquillos. Comprendí el encanto durante el FNA, con los puestitos de artesanías, las esculturas metálicas (y el genial artista) y ese paseito que terminó con comida china, conciertos y su ausencia. Yo soy tan Charmander, vos tan Squirtle y no recuerdo si conozco a alguien muy Bulbasaur... no sé porqué pero, a pesar de que hay lugares más cercanos me agradaría otro paseito. Tal vez no jugar Mario ni tomar cervezas (bueno, sí), si no perdernos en la simple lejanía, en la simple nada.
No puedo con la falta de aceras decentes de Lindora pero extrañamente siento que visito el primer mundo por una hora. Edificios de vidrio, restaurantes de apariencia bonita, sección de carretera aparte para buses. No esperé que un lejano hueco en la montaña fuera lo más cercano que tendría a las tierras de Obama y menos que esperé encontrar conocidos. Las crecientes sorpresas de la visita esporádica entretienen y hasta siento que las extrañaré. Extrañar es feo, es horrible simplemente. Ayer ella cumplió años y no pude ni escuchar su voz ni comprarle repostería. El piano de Venditti me está matando y Benedetti me está enamorando con su Beatriz, su Avellaneda y su forma de describir mi vida como si fuese una novela.
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