El martillo moderno son las quejas en redes sociales y la otra cosa es el ignorar las críticas Al menos, según mi parecer. |
En fin, en mi amada (JAJAJA) tiquicia elegirán dirigente en unos meses y todo es un desastre. Ya no quiero seguir con los reviews (el cual sólo hice... uno) porque tanto camaleonismo me lava la voluntad. Mi orgullo se está yendo al drenaje porque estoy consultándole a mi mayor enemiga: la cerrazón y necedad y bueno, ya no entiendo nada. Terminé convirtiendo mi adorado blog en un coctel de sertralina, divalprovex e indignación porque un mono tiene mejores argumentos que la mayoría de nuestros aspirantes a capitán. Mi instinto estúpido me insiste que debería sacarle agua al barco pero mi razón me dice que no me hundiré con él. El nacionalismo no es más que el color de un pasaporte y después de conocer la galería no me atrae en nada mi dibujo hecho en Paint.
Es curioso como en Barcelona no cuesta nada que las calles estén limpias y que en Islandia amen a la naturaleza más que a cualquier cosa. En Estados Unidos tienen un buen sistema de autopistas y en Italia puedo caminar a la hora del burro sin temer un arma en mi pescuezo. Mientras tanto, en el pedazo de tierra donde nací es imposible que se ponga un metro porque fijo los vecinos se quejan y los trabajadores defienden conceptos de hace muchísimos años mientras se rascan la panza en su casa con dinero de incapacidad.
Acá un curso de 15 días cuenta como título universitario y yo debo admitir que si no me quejo no podré trabajar bien porque la cabeza no me da. Unos importan más que otros y nadie pertenece a la cima, o se llega escalando o se nace arriba y se cae estrepitosamente... pero si es la primera toca escalar. Ya me pegaron la costumbre de prometer lo que no puedo cumplir... extraño el tren y extraño mi sanidad.
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